Lo que se decía de EE.UU.

Hay que reconocer la coherencia entre el programa de Donald Trump como candidato y lo que está resultando su acción de gobierno, por lo que su caótico y arbitrario día a día puede impactar, pero no debería sorprender demasiado.
Antes de las elecciones, se temía que podría zarandear como quisiera la política exterior estadounidense, haciendo saltar por los aires los frágiles equilibrios globales; y en ello estamos. Sin embargo, también se aducía que, internamente, su margen de maniobra sería menor por cuanto la democracia americana disfrutaba de un admirable y sofisticado sistema de “pesos y contrapesos” que imposibilitan el abuso del poder. Pero no ha sido así: la sociedad y la política americana se han plegado al autoritarismo insensato de Trump. Y esto sí es sorprendente.
La sociedad y la política americana se pliegan al autoritarismo insensato de TrumpEn estos meses de mandato, hemos contemplado la ocupación partidista de las instituciones, tradicionalmente independientes; el ninguneo sistemático de la Cámara de Representantes y el Senado; la coacción sonora de los medios de comunicación; el uso del ejército para amedrentar ciudades y estados demócratas; la persecución amoral de trabajadores inmigrantes o el desprecio más vil a quienes piensan distinto.
Ante ello, junto al silencio del Partido Demócrata, destaca especialmente la extrema sumisión de los cargos republicanos cuando, precisamente, se decía que el modelo estadounidense brindaba un gran margen de libertad a senadores y congresistas que, a diferencia de países europeos, no se limitaban a acatar las directrices de la cúpula de su partido. Sin embargo, pese a la extrema gravedad del envite, ni una voz disidente en el bando republicano. Un sometimiento también generalizado en instituciones, medios de comunicación y ciudadanía en general.
De todo ello podemos deducir que de no reaccionar ante los primeros signos de populismo, este acaba llevándose todo por delante; no hay sociedad civil ni instituciones que sirvan de dique de contención ante la riada radical. Sucedió en la primera mitad del pasado siglo, y estamos volviéndolo a vivir. Por ello, deberíamos aprender que no hay que llevar a las sociedades a una situación límite, pues, de llegar, emerge lo más ominoso de la imperfecta condición humana. Con la crisis del 2008 se evidenció el profundo y justificado enfado de las clases medias por todo Occidente, pero de nada sirvió; se respondió desde el poder político y económico con mejoras técnicas en mercados financieros, pero no se quiso entender el origen del malestar social. Así estamos.
La potencia económica y militar estadounidense otorga a Trump y los suyos una indiscutible centralidad en el orden mundial, especialmente en el bloque occidental. Por ello, y por su capacidad de exportar su autoritarismo político a ambos lados del Atlántico, lo que allá suceda determinará en mucho nuestra manera de vivir en sociedad. Al final, todo dependerá de si lo que se decía de EE.UU. era cierto.
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