¿La pobreza tiene rostro de mujer?

Hace dos días, se publicó un informe que interpreta la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH) del INEGI que mide la situación de pobreza en México, a partir de una perspectiva de desigualdad, de cuidados y un enfoque de género, mismo que fue elaborado por el Instituto de estudios sobre la desigualdad (Indesig) y Oxfam México. Me atrevo a decir que es el primer análisis que se elabora con estos enfoques de manera transdisciplinar y que trascienden interpretaciones simplistas. El informe se titula “¿Derechos o privilegios? Una mirada de la ENIGH 2024 desde las desigualdades”.
Lo más innovador de este informe, es sin duda la perspectiva de cuidados dentro de su análisis, misma que se cruza con la perspectiva de género para identificar las desigualdades que concluye, son persistentes y profundas. Hombres y mujeres no enfrentan la pobreza de manera igualitaria a partir de su posición dentro de los hogares. La pobreza también tiene un rostro de género que impacta de manera diferencial de acuerdo a la posición en la que se ubican en cada hogar y familia.
La desigualdad con respecto a los ingresos, el gasto y la condición de pobreza, sí tiene diferencias de género. La pobreza, no se enfrenta igual cuando se es mujer jefa de un hogar sin pareja con hijas e hijos, que cuando se es un hombre jefe de hogar en la misma condición. En México, el 17.9% de los hogares están dirigidos por mujeres sin parejas con hijas e hijos (dejen de decir madres solteras). Este porcentaje tiene una enorme concentración entre la población con menos ingresos y más pobres que, a decir del análisis, nunca enfrentan los llamados “techos de cristal” sino que viven desde los llamados “pisos pegajosos”, una realidad cotidiana que no les deja avanzar porque siempre hay algo que detiene su avance rumbo a la autonomía. Estas mujeres tienen un ingreso reducido contra el gasto que ejercen, es decir, son mujeres que trabajan más, pero que no siempre ganan más y que cuidan de otros en soledad y de manera permanente. Ganan para cuidar y gastan para cuidar.
Las mujeres en esta condición no encuentran en los servicios públicos (brindados por el Estado), oportunidades posibles para ejercer su derecho al cuidado y el desarrollo de su autonomía. Gastan más en cuidados y alimentos, que en salud y educación desde una absoluta soledad y un olvido de las instituciones. Como dice este informe “gastan en lo que necesitan para subsistir y no para lo que quieren” a diferencia de mujeres de niveles socioeconómicos más altos que pueden pagar para cuidar.
Digamoslo de forma contundente, dos de cada diez mujeres en este país, viven una pobreza de cuidados y, por tanto, una desigualdad estructural que, a su vez, se atraviesa por las violencias. En México, la soledad del cuidado es feminizada, y, además, pobre, y la clase política cree que con solo una despensa este derecho puede ser ejercido. Los análisis iniciales de este estudio demuestran que sí podemos hablar de franja de pobreza feminizada y que la pobreza siempre está atravesada por la posibilidad de ejercer o no, el derecho al cuidado.
En México, la pobreza sí tiene rostro de mujer, y el derecho a cuidar, a ser cuidado y a cuidar de otros reconocido como un derecho humano tendría que ser incorporado a la medición de la pobreza de ahora en adelante. Desfeminizar la pobreza en México requiere de un verdadero sistema integral de cuidados con una gobernanza participativa que apueste no solo por la infraestructura y el asistencialismo, sino por la construcción de una institucionalidad democrática cuidadora y corresponsable, es decir, un país en donde cuidar no sea solo cosa de mujeres, sino también de hombres, de todas, todos y todes. Los datos son contundentes, la feminización de la pobreza si existe.
Celebremos que hoy tenemos a menos personas en condición de pobreza extrema, sí. Pero dejemos de romantizar la idea de que el Estado es el único responsable de ello mediante acciones asistencialistas. Exijamos acciones ajustadas a los derechos y coloquemos el derecho humano de cuidar como una base indispensable para transgredir nuestra ofensiva desigualdad real y persistente.
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