De las huelgas al absentismo, la evolución de los gestos de protesta de interrupción del trabajo
Gobernanza. A lo largo del siglo XX , la huelga fue el arma decisiva de los dominados contra los dominantes. Al interrumpir el trabajo, paralizaba el proceso de producción, que, con el capitalismo industrial, se había entrelazado con la sociedad en su conjunto. Los trabajadores recuperaron poder y dignidad política al revelar, mediante la suspensión voluntaria de su actividad, lo indispensables que eran para el funcionamiento de la sociedad.
Al exaltar el poder de los desposeídos, la huelga transformó la debilidad individual en una fuerza unida. Por lo tanto, adquirió una dimensión prestigiosa y moral, menos por sus reivindicaciones específicas que por el impulso colectivo que manifestaba. Por ello, la huelga general, un bloqueo total de la sociedad, ocupó un lugar destacado en el imaginario de las luchas del siglo XX. Georges Sorel (1847-1922) fue su teórico, considerándola «la batalla napoleónica que aplasta definitivamente al adversario» ( Reflexiones sobre la violencia , 1908).
Hasta el final de los "treinta años gloriosos" y el consenso fordista, la sociedad se sustentaba en un equilibrio tripolar: el poder económico de los empresarios, capaces de dar o quitar trabajo; el poder social de los sindicatos, capaces de interrumpirlo mediante la huelga; y, finalmente, el arbitraje político del Estado, responsable de regular este equilibrio de poder mediante la legislación laboral. Entre 1936 y 1970, este equilibrio se tradujo en un aumento espectacular de las huelgas: de uno a siete millones de días perdidos cada año.
Pero, a partir de la década de 1980, el consenso fordista se desmoronó con la aparición del capitalismo especulativo. Surgió un nuevo consenso, basado en la primacía de los intereses individuales sobre los colectivos, incluso en el ámbito laboral. Salarios, beneficios y ascensos se discuten ahora a nivel individual de cada empleado, según sus talentos, habilidades o capacidad de venta. Quienes tienen menos poder de negociación recurren a los recursos colectivos que ofrece la legislación laboral. Como era de esperar, el uso de huelgas colectivas se ha reducido a menos de 100.000 días al año en 2022, 70 veces menos que a principios de la década de 1970.
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Le Monde