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El anuncio es el de un enlace matrimonial. “Sam & Jony les presentan io”, dice el texto centrado en una fuente serif. Le sigue una fotografía en blanco y negro donde Jony Ive apoya la cabeza sobre la de Sam Altman y le coge por el hombro. El texto que sigue es el de dos enamorados: “21 de mayo de 2025. Este es un momento extraordinario”.
Los protagonistas son bien conocidos. Sam Altman, ejecutivo jefe de OpenAI, es el genio tecnoempresarial que está cambiando el mundo con su ChatGPT. Emprendedor en serie de éxito, tiene una capacidad extraordinaria para atraer a talento e inversores. Sir Jonathan Ive es el diseñador británico que fue vicepresidente de diseño industrial de Apple desde finales de los noventa hasta 2019. Pueden ver su trabajo en el Apple Watch, el iPod, el iPhone, el iPad, el MacBook y el sistema operativo iOS.
El coste social de aumentar el intelecto con IA es inasumibleEl romance viene de hace dos años, cuando Ive empezó a colaborar discretamente con OpenAI en la búsqueda de nuevas formas de interactuar con la tecnología. La llegada de los chatbots inteligentes, capaces de entender instrucciones de voz y responder con solvencia, era una condición necesaria para superar las pantallas.
Para llevar el concepto a la práctica –diseñar, ingeniar y fabricar un producto– Ive creó io, una empresa emergente que OpenAI ha comprado por 6.500 millones en acciones. De ahí la alegría.
La descendencia de la pareja parece asegurada y ya se han filtrado las primeras ecografías : un colgante inteligente conectado al móvil, con cámaras y micros, que graba todo lo que sucede. Como si fuera una extensión de nuestra memoria, en cualquier momento podríamos preguntar al móvil por cualquier detalle de nuestra existencia reciente. Los retos son inmensos. Tecnológicos –forma, prestaciones, diseño, seguridad– y de negocio; las interacciones con ChatGPT son costosísimas. ¿Cuántos centros de datos hacen falta para servir a los 100 millones de dispositivos que OpenAI quiere distribuir? ¿Cuánto valdrá la suscripción prémium?
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No dudo que con la experiencia en diseño industrial de Ive y la capacidad de atraer financiación de Altman estos retos pueden superarse con cierto éxito. Tengo más dudas sobre los retos sociales.
Es imposible tener una conversación normal con alguien que nos está grabando y que, además, tiene una IA detrás analizándolo todo en directo. Las famosas Google Glass (2013) fracasaron en parte porque la gente no quería compartir espacio con alguien que podía estar grabando todo lo que sucedía. El AI Pin (2018), creado por dos exingenieros de Apple, un dispositivo de solapa inteligente, ha sido uno de los fiascos más sonados.
El reto del nuevo dispositivo de OpenAI no es tecnológico, sino que es social. Si Ive lo supera, seguirá el camino del iPhone y se entretejerá con nuestra vida. De lo contrario irá a parar al cajón de las Google Glass y del AI Pin.
Están todos invitados al enlace.
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