La espiral gira más rápido / Análisis de Ricardo Ávila sobre la retórica presidencial y sus efectos para Colombia

Aún para un Gobierno caracterizado por las turbulencias, como es el de Gustavo Petro, la semana que termina hoy fue particularmente agitada. Crisis en el frente doméstico y en el externo se combinaron para hacer que el arranque del segundo semestre sea todavía más complejo de lo que parecía.
Nada de eso era previsible al cierre de junio cuando la administración celebró el paso de la reforma laboral y la presunta superación de los vicios de trámite de la pensional en la Cámara de Representantes. Con ambas iniciativas al otro lado, daba la impresión de que esta sería una buena época para planear el último año de mandato en medio de la tranquilidad relativa que trae la pausa de sesiones del legislativo.
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Aprovechar los compromisos multilaterales para cambiar de aire formaba parte de esa idea. A finales del mes pasado un comunicado de la Casa de Nariño indicó que el presidente de la República haría una gira oficial a partir del pasado sábado 28, con visitas a España y Francia, mientras Brasil aparecía a continuación en la agenda.
El plato fuerte del viaje al otro lado del Atlántico era la participación en la cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, convocada por Naciones Unidas, que concluyó el jueves en Sevilla. Dado el carácter de la cita, que incluyó cena con los reyes, plenarios, foros y reuniones bilaterales con algunos de los cerca de 50 jefes de Estado y de Gobierno presentes, era evidente que Colombia quería marcar una diferencia.
Al menos ese era el mensaje implícito cuando los delegados entraban al recinto ferial que alojó el evento. En la primera esquina de una serie de cubículos había un gran despliegue a cargo de ProColombia en el cual se promovía al “país de la belleza”, mediante fotos y documentos dirigidos a potenciales inversionistas y visitantes.

Estand de Colombia en la feria de turismo más importante del Reino Unido. Foto:Efe
Ninguna de esas invitaciones, por supuesto, hablaba de un inminente apocalipsis. En cambio, Petro sí lo hizo al reiterar con la retórica conocida que el fin de la humanidad está cerca y que al problema del cambio climático se le añade ahora la inteligencia artificial porque uno extinguiría la vida y la otra el pensamiento.
Además, habló de una agenda postiza en el ámbito global y se fue en lanza ristre contra el Fondo Monetario Internacional por no proveer soluciones efectivas, hasta el punto de plantear que si no cambia debería acabarse. Pero lo que más ceños fruncidos ocasionó entre algunas delegaciones fue la afirmación de que “en los países poderosos de Europa y los Estados Unidos de Norteamérica el voto electoral mayoritario es ario”, que acaba imponiendo su voluntad.
Traer a colación la supuesta raza superior promovida por Adolf Hitler, la misma cuya prevalencia sirvió como justificante del holocausto y la agresión Nazi, no es un asunto menor y menos en el Viejo Continente. Decir que todavía los blancos hacen lo que les da la gana con los demás ocasionó fuertes reacciones en contra de los europeos, como quedó explícito en la contestación del francés Emanuel Macron quien pidió “respeto” durante un panel en el cual el mandatario colombiano repitió los mismos argumentos.
No hay duda de que los excesos verbales del actual inquilino de la Casa de Nariño son los causantes del llamado a consultas del encargado de negocios estadounidense en Bogotá por parte del Departamento de Estado. Más allá de responder con una moneda similar y hacer viajar al embajador en Washington, Daniel García-Peña, resulta indiscutible que las palabras disonantes sí traen consecuencias que hoy se traducen en un enfriamiento de las relaciones a ambos lados del Atlántico.
En condiciones más normales una salida presidencial en falso habría llevado a la Cancillería a tratar de apaciguar las aguas en diferentes capitales. Pero con un palacio de San Carlos vacante esa labor es imposible, por lo cual flota en el ambiente una creciente sensación de aislamiento.
Puede sonar anecdótico, pero la cumbre de las naciones que integran los BRICS, convocada en Rio de Janeiro por Lula da Silva, muestra los tropiezos que experimenta nuestra diplomacia. Tras una cancelación presidencial a última hora Colombia estará representada por su embajador en Brasilia, quien acaba de renunciar al cargo.
Ante la seguidilla de equivocaciones, la prensa internacional ha afilado su pluma. En días recientes, el semanario The Economist se vino con un artículo muy duro sobre la gestión de Gustavo Petro. Y ahora el turno le correspondió a El País de Madrid, que el jueves en un editorial titulado “Conspiración y descomposición”, habló de “un Gobierno errático, marcado por luchas intestinas, decisiones contradictorias y una constante erosión de la confianza pública”.

El presidente Gustavo Petro en su alocución desde Medellín. Foto:Presidencia
Aunque pronosticar la cadena de noticias de la semana pasada era imposible, lo sucedido no es del todo sorpresivo. Desde hace meses los observadores venían pronosticando que la carta de la radicalización iba a aparecer con más frecuencia en una administración que hace rato abandonó la idea de construir consensos o llegar a acuerdos con sus contradictores.
Dentro de esa línea de pensamiento, el objetivo es el mismo: las elecciones de 2026. En general, cualquier paso del Ejecutivo está supeditado a lo que pueda pasar en las urnas, con un claro énfasis en los comicios legislativos de marzo en los que el Pacto Histórico aspira a ser la fuerza mayoritaria o, en su defecto, la segunda más grande. Un buen resultado en esa fecha determinará los movimientos siguientes con miras a cómo se decante el número de aspirantes a la Presidencia.
Para llegar ahí, hay una estrategia que va más allá de comprar lealtades con el uso del presupuesto público. Un objetivo central es que Petro conserve el dominio absoluto de lo que se conoce como la “conversación nacional”, lo cual exige presencia permanente en redes sociales mediante la capacidad de generar hechos de carácter mediático de manera continua.
Parte del propósito es alimentar al núcleo del petrismo, que acepta sin muchas exigencias interpretaciones que a otros les pueden sonar descabelladas. Con un respaldo cercano al 30 por ciento en las encuestas -dependiendo de los altibajos propios de la coyuntura- ese patrimonio electoral demanda permanente atención.
Aparte de lo anterior, hay una limitación importante. Incluso si el jefe del Estado parece desconectado de lo que hace su Gobierno, cuenta con el suficiente olfato para darse cuenta de que este no tiene mucho que mostrar. Tanto los problemas de ejecución como la alta rotación de funcionarios o la desconexión entre promesas y realizaciones lo dejan mal parado.
“Petro necesita que la pregunta que se hagan los votantes cuando les llegue el turno de decidir sea distinta a la de si quieren más de lo mismo”, señala el experto Héctor Riveros. “Si esto se reduce a un plebiscito sobre lo realizado, el resultado será desfavorable y él lo tiene claro”, agrega.
Debido a ello, aparece la alternativa de culpar a un tercero, lo cual en términos coloquiales consiste en aplicar el mensaje de “no me dejan” o “me quieren tumbar”. Profundizar ese discurso incluye acusar al capitalismo internacional o a países con nombre propio de conspirar para que todo siga igual.
Por su parte, en el ámbito local la lista de contradictores reales o imaginarios es amplia y tiende a aumentar. A diferencia de las medidas que pueden adoptar otras capitales, a los ciudadanos y las empresas que operan en el territorio nacional les resulta mucho más difícil enfrentarse a un Ejecutivo que tiene múltiples maneras de intimidar o silenciar a quien se le oponga de manera abierta.
Y siempre está la carta de las circunstancias extraordinarias que abren la puerta para tomar medidas, así las crisis sean inducidas como pasó con la salud. Por esa razón, la probabilidad de que la Casa de Nariño disminuya el tono de sus afirmaciones es baja, pues aplica aquella máxima futbolística según la cual “la mejor defensa es el ataque”.
Hecha la caracterización, hay eventos de índole reciente que inquietan seriamente. El conocido “tarimazo” de Medellín, cuando una serie de criminales convictos compartieron escenario con la primera autoridad de la Nación fue interpretada por muchos como una amenaza relacionada con la violencia y no como una oferta de paz dirigida a grupos al margen de la Ley.
Otros subrayan el cuestionamiento a la credibilidad del sistema electoral. Los más preocupados sostienen que se están construyendo los cimientos de una denuncia sin fundamentos desde las más altas esferas oficiales, destinada a poner en duda los resultados de los comicios del año que viene.
Tampoco es un asunto menor el fortalecimiento dentro del alto Gobierno de personas que sacaron por completo a los moderados que estuvieron en el gabinete en la primera etapa o a la línea más ideologizada de la segunda. Los que mandan ahora son operadores que no se arredran a la hora de llegar a entendimientos políticos, buscar salidas jurídicas o hacer valer la voluntad presidencial por encima de todo.
Dentro de un panorama tan complejo, la economía pareciera no ser fuente de preocupación. En el frente del empleo, los datos correspondientes a mayo resultaron mejor de lo que se esperaba.
Y en lo que atañe a la tasa de cambio, el dólar volvió a ubicarse por debajo de los 4.000 pesos la semana pasada, con lo cual no parecieran tener eco en ese mercado las voces de alerta sobre lo que significa el deterioro en la calificación de los títulos de deuda o el más reciente encontronazo con la administración Trump.
No obstante, bajo la superficie se notan las tensiones. Los datos sobre personas ocupadas muestran cierta pérdida de dinamismo junto con una tendencia hacia una mayor informalidad. En cuanto al billete verde, este ha perdido terreno contra la mayoría de las monedas, mientras el diferencial de tasas de interés sigue beneficiando a aquellos que traen sus divisas para hacer rendir más su dinero en pesos.
Además, las tormentas se insinúan. Al cierre del primer semestre los depósitos que tiene la Tesorería de la Nación en el Banco de la República volvieron a quedar en un mínimo histórico, a pesar de que las colocaciones de deuda de corto plazo se ubican muy por encima de la norma. Con un recaudo tributario débil y obligaciones al alza, la factibilidad de un lío de marca mayor respecto al cumplimiento de las obligaciones estatales viene subiendo.
Todos los elementos mencionados llevan a pensar en la conformación de una espiral que se mueve cada vez más rápido, impulsada por la retórica gubernamental. Como siempre, el riesgo es que la maquinaria acabe saliéndose de su eje y vengan fenómenos incontrolables que alteren de manera fundamental la calidad de vida de los colombianos.
De vuelta al editorial de El País, este usó el término “descomposición” para referirse el estado de cosas dentro del Ejecutivo. La Real Academia señala que la palabra en cuestión corresponde a la acción de descomponer, que se define como “desordenar y desbaratar”, pero también como “indisponer los ánimos”, “averiar, estropear o deteriorar” e, incluso, cuando se habla de un organismo, “corromperse o hallarse en estado de putrefacción”.
Ninguna de esas acepciones es deseable para el Gobierno de Colombia. Pero en las actuales circunstancias es mejor subir la guardia para no llevarse sorpresas sobre un clima cada vez más enrarecido que anuncia tormentas muy fuertes y más cercanas de las que se intuían hace unos pocos meses.
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